jueves, 24 de mayo de 2012

SUFRIENTE SUSPIRO




Estás lejos, ya lo sé, lo sabe también mi corazón que nota sacudidas de tierra recordándote. En ocasiones siento el eco de tus pasos ya cansados y creo escuchar tu alegre risa por los recovecos de la casa, tus cabellos ya blancos parecen hablar de nostalgias y olvidos mientras de mí interior se escapa un sufriente suspiro.
Quisiera poder oír el arrullo de tu canto; el susurro de tu voz suave; enhebrar un hilo a tu talle, sentirme cosida a ti para volar juntos cual cometa por el cielo iluminados ambos por la misma estrella.
No te preocupes, me digo, la primavera eternamente retorna y guardo la ilusión de llegar a tiempo para un abrazo, un beso o al menos… para un adiós.
Desearía vagar en sueños, escaparme de los espejos, ser simple aire para coquetear con la luz y abrazada a ella llegar a tu aurora como un soplo imperceptible en la orilla de un beso marchito. Pero vuelvo a la realidad, solo se palpan soledades nuevas, el silencio habita los desmayados espejos, ya no irradian auras de nadie.
Vacía ya de palabras… todo es melancolía.

© Karyn Huberman 2012. 

sábado, 5 de mayo de 2012

CONCIERTO AL PIANO




Observaba sus manos delicadas, sus dedos largos y bien cuidados, ellos iban rozando a veces; imprimiendo con fuerza y precisión en otras. Su toque mágico en las teclas del lustroso piano devolvía desde su caja sonora las notas,  formando la melodía que la llevaba a mundos irreales. Ella lo escuchaba desde la primera fila, cerraba sus ojos y se dejaba llevar por las imágenes que nacían en su mente: una copa de vino, su cuerpo desnudo y él observándola desde el taburete del piano. La copa se derramaba lenta por su cuerpo, el delicado y aromático vino comenzaba su parsimonioso recorrido por los poros de su cuerpo, creando surcos granates desde su boca hasta la entrepierna, pasando por el centro de sus abultados pechos y creando un pequeño remanso en su ombligo. Añoraba que él fuera recorriendo esos senderos al compás cadencioso del Nocturno de Chopin, que rozaran sus cuerpos meciéndose al ritmo del Adagio de Albinoni, que la hiciera suya al tenor estremecedor de Carmina Burana para luego abandonarse al “sueño de amor” de Liszt. 
Los aplausos la despertaron, o posiblemente fue la mirada inquisidora del hombre que estaba sentado a su lado.  Quizás durante el sueño había dejado escapar algún suspiro profundo, ¿un pequeño quejido o jadeo?    No lo sabía, pero se había dejado llevar por las sensaciones y sin duda, había sido el mejor concierto al piano que ella había disfrutado.

© Karyn Huberman 2012.