viernes, 25 de febrero de 2011

COLLAGE DE POESÍA II. Homenaje a Miguel Hernández

Autor de la ilustración: 
Jose Antonio Cuesta
 

Era bella, muy bella la mansa tarde,
llevaba arrullos de brisa sutil,
 viento bronceado de vaivenes
por los que sonaban faros sin descanso,
rumores de almidón y de camisa.
Artificiales esplendores turban
este paisaje sin mantel de casa,
 alumbra la razón en tu vereda
y calla, y no, y espera.

Bajaré contra el peso de mi peso,
bajo los negros signos de la brisa,
mi carne, contra el tronco, se apodera
la alegría del frío dolorosa.
Tiemblo. Peno. Espero.
Una gota de escarcha
como un trozo de puro escalofrío
crepita en mis manos,
un verso se me atropella:

soy una abierta ventana que escucha
hablar como el silencio de una fuente,
si el tiempo y el dolor fueran de plata

cada vez más ausente.
Mas la oscuridad fomento
porque de amor por mi se ha muerto.

Llueve. Los ojos se ahondan,
 te veo entre vinos minerales;
en la soledad del nido
un pájaro poeta trama en la espesura
y en un vuelo solo, bravo y estupendo,
 de liras el alma te corona.
 
Salgo al camino níveo y roto,
cayó una pincelada,

 la noche se cierra de estrellas cuajada;
duermen las viejas con el rosario,
sé que espejo es de la vida; sé que es ave cantadora
y al perderlo de vista en la llanura
 enloquezco lentamente.








Versos extraídos de la obra poética completa de Miguel Hernández. Edición de 1979.

jueves, 17 de febrero de 2011

Entrando en el mundo del naif


Florada no campo - 50x60
Malu Delibo

 
Quería hoy comentar sobre el arte naif, que si bien es un estilo que se puede encontrar en cualquier parte del mundo, está instaurado como algo muy típico y casi tradicional en el pueblo haitiano, croata y brasileño, aunque obviamente podemos también encontrar grandes exponentes de este arte en Argentina (Cándido López), en Estados Unidos (Grandma Moses), en Inglaterra (Alfred Wallis) o Lilian Walton (Chile).
 
Mis inicios en la pintura fueron naif, me gustaba la ingenuidad de sus imágenes, esos mundos de colores y detalles, que en ocasiones parecen muy fáciles de hacer pero tienen mucha más dificultad de lo que parece. Su temática casi siempre está relacionada con la vida campesina, la vida familiar, las costumbres, las tradiciones y la religión, representados siempre con gran imaginación y vivacidad. Es por ello que suele pensarse en estas obras para decorar habitaciones de niños pero en general son muy apropiadas para alegrar cualquier espacio, generan una sensación de dulzura y delicadeza incomparables, si bien también existen temáticas más duras utilizando esta técnica que muchos suelen decir que parecen pintadas por niños, quizás por la inocencia que transmiten o porque las imágenes no siempre llevan los detalles de facciones en los personajes pero sí en prácticamente todo su entorno.
 
Una galería que presentaba una muestra de arte naif inauguraba la muestra con esta frase:
“Aunque parezca mentira que el mundo de hoy pueda parecerle edulcorado a alguien, afortunadamente, los artistas no han perdido el candor”.
 
Si vemos esta obra en particular que he escogido refleja una escena campestre, un campo de flores de diversos colores que va siendo recogida por mujeres y hombres en sus cestas, no se ven rostros en ninguna de ellas pero si hay un delicado detalle en cada una de las flores.
 
A mi en particular me maravilla este mundo singular en donde podemos jugar con los colores aislándonos de la realidad, dejando fluir la imaginación, así es como podemos encontrar paisajes que quizás solamente encontremos en nuestros particulares sueños: cielos amarillos, tierras azules, mariposas gigantes o lunas sembradas de flores...
 
El mundo naif tiene esa singularidad, que manos adultas nos regalen imágenes, que prácticamente solo un niño con su inocencia e ingenuidad puede ver en el más maravilloso de sus sueños.

Karyn Huberman (Katyta) 2011

martes, 15 de febrero de 2011

COLLAGE DE POESÍA I. Conjunción de poetas.


Hoy les dejo aquí un poema de poemas, versos sueltos de grandes poetas que he entretejido dando forma a este collage poético. Que me perdonen los poetas por descuartizar sus versos para hacer el mío.

Era su corazón un vaso lleno,
como la primavera en la hoja nueva,
como el silencio de la nieve fina
en el agua dorada del remanso.

En el cristal de un sueño he vislumbrado
las trémulas tierras que exhalan el verano,
paisaje borroso que se queja
ante el pálido lienzo de la tarde,
donde el amor te dejó estampada.

El aire parece que duerme encantado
cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
transparente, vacío, ciego, alado.

El día se va despacio,
como cayendo sobre miles de hojas,
pero yo, que en el alma tu figura tengo,
me detengo un momento,
quizás el cenit de un nuevo día
en la luz que se muere,
amenguará mi sombra solitaria.

Quiero morir cuando decline el día
como llama que consume y no da pena,
donde parezca sueño la agonía.


Colaboradores: Pablo Neruda, José Mª Gabriel y Galán, Diego Hurtado de Mendoza, Fco. García Lorca, Manuel Gutierrez Najera, Leopoldo Panero, Jorge Luis Borges, Walt Whitman, Fray Luis de Leon, Antonio Machado, San Juan de la Cruz.

lunes, 14 de febrero de 2011

"LA CASA" Relato.

Ventana a Montserrat.
Escrito en Marzo 28, 2010 

Era una tarde hermosa y decidió salir a pasear. Caminaba sin rumbo fijo, se dejaba llevar por sus pasos, por el salto de los grillos entre la hierba o por la dulce melodía de la brisa al peregrinar por sus cabellos. Rodeando un arroyuelo, aprovechó para humedecer su cara y beber un poco de agua. Hacía calor. Con la mirada buscó alguna sombra y encontró a unos cincuenta metros un gran árbol; llegó hasta él y se acomodó bajo su frondosidad. Al poco rato se había dormido. Pasado un tiempo, un suave soplo de aire hizo caer una hoja sobre una de sus manos y la despertó. Se había hecho tarde, el sol se comenzaba a esconder. Por intentar llegar más rápido a su pueblo tomó un atajo, sin enterarse de cómo perdió el rumbo. Comenzó a sentirse angustiada hasta que encontró una casa vieja que por su estado de conservación debía estar deshabitada. En lo que antiguamente fue un pequeño jardín había dos estatuas de piedra: un hombre y una mujer envueltos por el musgo. Se acercó a la puerta de entrada y golpeó, pero solo el silencio le contestó. Trató de observar a través de las ventanas, pero estaban tan sucias, que era imposible ver nada del interior. Cogió del jardín una piedra y dando un golpe seco a uno de los cristales lo rompió. Introdujo su mano por el hueco, y así pudo abrir una de las ventanas y colarse dentro. La visión interna no distaba mucho de la externa: todo indicaba que hacía años que nadie estaba ahí. El piso acumulaba mucho polvo; estaba llena de telarañas; había algunos muebles tapados con sábanas, que en alguna época debieron ser blancas, pero que ahora se presentaban ocres y raídas por el tiempo. Sintió la extraña sensación de haber estado ahí alguna vez, mas no lo recordaba… Quizás hubiera paseado por esos parajes junto con sus padres de pequeña –pensó. Todo en su interior olía a azumagado, humedad concentrada: años de encierro, se le infiltraban por las fosas nasales. Unas gruesas cortinas de color oscuro, quizás granate, cubrían unos amplios ventanales. Las descorrió para dejar pasar aunque fuera la luz de la luna, mientras intentaba encontrar alguna vela o lámpara de aceite que pudiera encender. En lo que debió ser la cocina de la casa, sobre una mesa, encontró una palmatoria con una vela gruesa y a su costado una cajita de cerillas. La prendió y con su débil luz subió por una escalera dispuesta a curiosear.
Entró en una habitación. Abrió las cortinas, sacó algunas de las sábanas que todo cubrían y se dio cuenta que estaba en medio de la biblioteca o estudio: había muchos libros; un sofá al costado de la ventana había servido seguramente para que alguien relajado leyera, a su lado una mesilla con una lamparita de aceite. No creía que funcionara pero hizo el intento de encenderla y lo logró, cuánto duraría así no lo sabía por lo que mientras apagó la vela. Gracias a la luz pudo observar que había un bello “secretaire” con su tapa tableada que subía y bajaba: en su interior frascos de tinta, plumas antiguas y papeles ya amarronados. Sin lugar a dudas era un espacio para disfrutar y relajarse.
Necesitaba averiguar más, la curiosidad la dominaba. Salió de ahí, caminó por el pasillo hacia otra habitación; abrió la puerta y se dirigió hacia las ventanas para descorrer las cortinas; retiró una de las sábanas que cubría una cama de plaza y media bastante alta, tenía un cabecero de madera bellamente labrada, a sus costados mesillas de noche con sus lamparitas. Cercano a la puerta retiró otra tela que cubría un tocador con tres espejos, uno central y dos laterales móviles; ahí seguramente la dueña de casa se acicalaba. Sobre su cubierta se encontraban un par de cepillos con mango de marfil tallado y un bello pañuelo con un ramo de violetas bordado. Se sentó un momento en el taburete que se escondía bajo el tocador, se miró coqueta en el espejo y se percató que había otro mueble al costado de la ventana, lo más probable es que fuera otro sillón. Se levantó y lo descubrió. Un grito desgarrador salió de su interior y la dejó pegada al muro. Sobre el sofá yacía un esqueleto con restos de ropajes que indicaban que era una mujer. Respiró profundamente, intentó serenarse y movida por su gran curiosidad se aproximó. Sobre las piernas del cadáver y cogido por sus descarnados dedos había un grueso libro. Miraba aterrada el cuerpo yacente y le producía una gran sensación de intriga aquel volumen que permanecía aferrado a su cuerpo con tanto celo.
Resopló varias veces antes de atreverse a cogerlo de entre sus manos. Tuvo
que jalar fuerte para lograr que los huesos dejaran de presionar su suave cubierta de piel y lo liberaran. Un poco incómoda con la presencia de la muerta, fue velozmente a la biblioteca. Se sentó al costado de la ventana, colocó la lamparita sobre la mesilla y con el cuidado con el que se toca algo único abrió el libro. En ese momento se dio cuenta de que en realidad era una especie de diario escrito a mano que, con letra un tanto temblorosa, contaba la extraña historia de María…
Comenzó a leer con avidez, pasaba páginas rápidamente. La vida de María era la de una chica normal. Durante un lapso no había escrito nada y luego comenzó a dar una serie de detalles atrayentes. Justamente esa parte, la última, fue la que le interesó sobre manera a la ansiosa lectora que repasó varias veces porque no se lo creía:
Hace años que llegué a esta casa. Francisco la compró muy barata, quizás porque estaba muy lejos de todo.
Poco a poco la fuimos arreglando, él hizo algunos muebles y estanterías, compramos unos sofás, se fue haciendo cada día más cómoda, más agradable. Quería mucho a mi casa, ella me ocupaba y hacía mis días felices. Pasado algún tiempo llegó una joven que había perdido a su familia y pedía resguardo a cambio de trabajo. La verdad es que me dio pena y la acepté como a la hija que la vida jamás me quiso dar.
Compartíamos tareas y cuando podíamos descansar, leíamos, bordábamos
o salíamos juntas a cortar flores al campo para alegrar algunos rincones de la casa. Todo iba bastante bien hasta que un día de verano, habiendo terminado mis quehaceres, salí a buscar moras por la orilla de un camino interior. Isabel se había empeñado en hacer mermelada y mientras yo recolectaba, ella preparaba los potes. Esa zona estaba repleta de moras y me lancé con mi canasta a recoger cuantas pudiera.
No había pasado una hora y la cesta estaba atiborrada hasta el tope. Contenta tome el camino de regreso a casa pero cuando llegué me encontré la triste escena: ahí estaban, Isabel y Francisco, haciendo el amor. El canasto cayó al suelo desparramando todas los frutos que tiñeron el piso de rojo como mi visión. Todo el amor que sentía por ellos en ese momento se transformó en odio y gritando como una loca los maldije, los eché de casa e insistí en que nunca volvieran, no deseaba escuchar sus voces ni su respiración cerca de mí.
Cerré la puerta a calicanto y caí al suelo sobre las bayas, desfallecida por el sufrimiento. Lloré a mares, grité hasta quedar afónica; mi piel y mi ropa se fueron impregnando del color de los frutos, parecía un animal herido y lo estaba, me encontraba rota por el dolor. No sé cuánto tiempo pasó, perdí la noción, creo que me dormí agotada de tanto llorar y cuando desperté era de noche; estaba tendida sobre el sofá de la sala con una manta encima. Pensé que, mientras estaba vencida e inconsciente, Francisco había vuelto y me había recogido y tapado ahí. Subí a la habitación pero no lo encontré. Me desvestí y me di un baño para intentar limpiar mi cuerpo y mi mente de toda mi tragedia y, sin pensar en nada más, me acosté y me dormí. En ese momento no me di cuenta pero ese día comenzó todo…
 A la mañana siguiente me levanté, el cuerpo me dolía pero más el corazón. Cuando bajé la escalera, me sorprendió no encontrar por el piso las moras; la casa estaba limpia: el suelo relucía, las cortinas abiertas dejaban pasar la claridad del día, los jarrones estaban rebosantes de flores silvestres. ¿Francisco me pedía perdón de esta manera? ¿Dónde estaba? Tomé desayuno y subí para orear la habitación, pero cuando llegué, la ventana estaba abierta y la cama estirada. Comencé a sentirme enojada, ¿por qué no daba la cara de una vez?, baje las gradas llamándole, pidiéndole que se apareciera para aclarar la situación pero…ni el eco respondió. Molesta ya de buscarlo por toda la casa, abrí la puerta principal y me vi pasmada al ver en mi jardín dos grandes estatuas de piedra. ¿De dónde habían salido? ¿Por qué Francisco no me había dicho nada al respecto? Me acerqué a observarlas y mi respiración comenzó a agitarse, casi pierdo el conocimiento de la impresión. Las figuras eran retratos fieles de mi marido y su amante… ¿Querían volverme loca? ¿Qué pretendían? No lograba entender nada pero no soportaba tenerlos ahí recordándome el engaño que había sufrido. Intenté tirarlas al suelo, más por su peso fue imposible; traté de romperles la cara sin ningún resultado. Agotada me volví a casa sollozando de impotencia sin saber qué hacer, sin tener quién me respondiera a mis interrogantes. Me recosté en el sillón, seguí ahí llorando un largo rato hasta que sentí frío. Fue nada más pensarlo y la chimenea se encendió. Me quedé helada de espanto, Francisco no había sido, no estaba ahí… ¿un fantasma?, nunca había creído en esas cosas pero algo anormal estaba sucediendo. Pensé que no soportaría estar ahí sola y subí a la habitación para hacer una maleta a la rápida e irme a casa de algún familiar. Al llegar con la valija a la entrada principal miré a mi alrededor y con la voz quebrada le dije a la casa: “te echaré de menos”… Abrí el picaporte pero la
puerta no se abría, insistí varias veces y no pude salir. Me giré hacia el interior y vi aterrada como se cerraban las cortinas dejando toda la casa en penumbra. Comprendí entonces que el fantasma o espíritu de la casa no me dejaría marchar, que me quería de una forma obsesiva y no me permitiría salir de ahí.
Me quedé pero no me hizo bien el encierro. No me movía de mi habitación; cada mañana había leche en un vaso y una fruta, cada noche un vaso de agua y ni eso tomaba, me deprimí y solamente leía en ocasiones o escribía en mi cuaderno como hoy.


No sé cuánto tiempo ha pasado pero estoy segura de que mis días están contados, estoy débil, muy delgada y sin fuerzas casi para dejar estas líneas. He sido víctima del amor en todos los sentidos y solamente la muerte me dará la paz que preciso. Ya no puedo más, hace días que ya no me levanto del sillón. La casa o el espíritu que en ella habita siempre me protege, coloca una mantita sobre mis piernas por la noche y me deja cosas en la mesilla pero ya no como ni bebo nada, me estoy secando, me estoy muriendo…


“Sedibus ut saltem placidis in morte quiescam” (Virgilio)*



Las lágrimas caían por las mejillas de la mujer que después de leer la historia de María, cerró el libro y fue a su habitación para observarla. ¿Cuántos años habrán pasado desde entonces? ¿Cuánto tiempo pasó esta pobre mujer en la cárcel del amor? Si existió un espíritu ahí aún debería estar y frente a la muerta habló en voz alta: Escúchame, sé que la has querido muchísimo pero creo que ella merece descansar en paz. Iré afuera y cavaré una fosa para enterrarla”.

Bajó la escalera, abrió la puerta y buscó bajo un cobertizo una pala. Cavó un buen rato hasta conseguir el tamaño de la tumba adecuado y volvió a la casa por el cuerpo. Estiró una manta en el piso y con cuidado puso el esqueleto dentro de ella, lo cerró bien, lo cargó encima y bajó nuevamente para llevarla hasta su sepulcro. Cubrió el cuerpo con tierra y encima varias piedras para evitar que algún animal pudiera sacarla de ahí. Recogió el libro que había dejado en la entrada de la casa y se aprestó a marcharse cuando de pronto se levantó un fuerte viento y asombrada pudo ver como las estatuas de piedra se iban disolviendo y el polvillo resultante se esparcía por doquier. Salió corriendo de ahí e impactada pudo observar como la casa se desplomaba, ya sin María no tenía motivo su existencia. Una vez hubo pasado todo con el libro bajo el brazo se fue camino a su hogar. Años más tarde volvió y se sorprendió al ver que sobre la tumba de María había crecido un bello rosal que estaba pletórico de flores blancas y, los restos de lo que había sido la casa estaba
absolutamente cubierto por zarzamoras que ofrecían generosas sus frutos. Hoy puede decir que tanto María como el espíritu que habitaba la casa “conviven” la muerte en paz.

*“Que en la muerte, pueda descansar en lugar placentero”

Karyn Huberman (Katyta) 2010.

jueves, 10 de febrero de 2011

Arreglar la sopa...

imagen de internet
  • Escrito en septiembre 28, 2009
Cuando tenía unos 12 años recibí una llamada de mi madre. Era Jueves, día de salida de la "nana" que nos cuidaba. Mi madre solía llegar temprano ese día pero la llamada era justamente para avisarme que estaba atrasada y que yo tendría que hacer de ama de casa porque ella llegaría más tarde. La "nana" ha dejado una sopa hecha -me dijo-, sólo tienes que calentarla y servirla a todos tus hermanos.
La verdad es que no me pareció difícil y le dije que no se preocupara, que yo me las arreglaba. Fui a la cocina y vi sobre los quemadores una olla grande, dentro de ella había caldo y algunas cosas flotando..., la probé y la encontré un poco insulsa, le eché sal y se me ocurrió que para que tuviera más consistencia le pondría un poco de arroz. Bastante más arreglada y con sabor a algo se las serví a mis hermanos a los que no les hizo mucha gracia pero todos comimos.
Un par de horas más tarde, cuando ya estábamos por acostarnos, llegó mi madre y fue rápidamente a mi habitación para saber porqué no habíamos comido la sopa. Sorprendida le dije que sí, que habíamos comido y que le habíamos dejado para ella. Fuimos juntas a la cocina y le mostré lo que quedaba en la olla. Se puso a reír como una loca y me dijo entre carcajadas...¡la sopa estaba en la nevera...se han comido la comida del perrooooooo!!!!

Esta vez fue el perro el que se quedó sin comida.
Pastor alemán en Revilla de Santullán.  Fotografía tomada en Julio 2010


domingo, 6 de febrero de 2011

Esto si que es amor de hermano...

Caratula del disco original.

  • Escrito en Marzo 9, 2009
En aquellos tiempos mozos de los años 70-80 viví mi adolescencia. Para situarlos les diré que vivía en una casa en la pre-cordillera, a una hora aproximadamente de cualquier cosa que pudiera hacer ruido, bastante lejos para juntarte con amigas y pasar el rato. En ese tiempo y dadas estas circunstancias, si había alguna fiesta adolescente y quería ir, tenía que ver la forma de quedarme en casa de alguna amiga a dormir o bien ir acompañada de mis hermanos mayores que siempre conseguían alguien con coche que los trasladara.

Tenía yo más o menos quince años cuando mi hermano mayor me dijo que estaba invitada a una de sus fiestas, celebraban la llegada de un "gringo" (así llamamos en Sudamérica a los norteamericanos) que venía por estos intercambios estudiantiles que se daban muy a menudo. Yo estaba feliz, ¡mi hermano mayor quería que fuera con él!, me sentía dichosa de poder compartir con él y sus compañeros.
Nos fuimos en coche hasta un lugar del barrio alto de Santiago llamado "Lo Curro", un sector como dirían acá en España.....muy pijo, de alto standing, de gente rica. La casa era suntuosa, enorme, un salón en varios niveles con ventanales colosales que ofrecían una vista fenomenal de la nocturna capital. Casi no había iluminación en el interior, la casa estaba llena de chicos y chicas, de humo que subía formando siluetas casi al compás de la música. Mi hermano se me acerca y me dice al oído: "Te voy a presentar al gringo y quiero que seas simpática con él, que bailes y no te separes de él ni un instante..., si no me haces caso no te traeré nunca más a mis fiestas". ¡Vaya plan!
Unos momentos después estaba frente al mentado gringo, un rubio de ojos azules, desabrido y desaliñado, en nada parecido a Brad Pitt, dos metros casi de huesos y pellejo, o al menos así me pareció porque yo le llegaba un poco más arriba del ombligo, creo que se llamaba Ryan si la memoria no me falla. Inmediatamente después de conocerme me invitó a bailar...eso era casi un chiste, el gringo se curvaba casi como un caracol para abarcarme con sus brazos y me decía frases en inglés que se perdían con el ruido de la música y que yo sólo contestaba con risitas nerviosas. Creo que fue la fiesta más larga de toda mi vida, o al menos así me lo pareció por lo incómoda que me sentía.

Por fin llegó el momento de irnos...,¡Que alivio! El gringo se acerca a mi hermano, le entrega un disco y le dice (eso sí que lo entendí) que si le conseguía otra cita le daría otro más..., mi querido hermano había trucado un disco por mi compañía.
¡¡¡¡¡¡ No lo podía creer!!!!!.
Mi noche de desespero en brazos del gringo se transformó en "American Pie" de Don McLean en nuestra casa, que por cierto también me la bailé succionada por el gringo como un pulpo y en cámara lenta con lo larga que es..., nunca más la olvidaré.

jueves, 3 de febrero de 2011

RAMO DE FLORES

Rosa de mi jardín


Abrieron la puerta. Ya en el pasillo que llevaba a la cocina, se podían ver flores de hermosos colores tiradas por el suelo, cristales rotos y agua que se confundía con la sangre de un cuerpo de mujer que yacía muerta en el frío piso cerámico.  En su mano derecha, oprimía arrugada, una boleta que indicaba que aquel día había comprado un ramo de flores.

Él no le creyó...

La historia de un cacique...

Corcel a contra luz

 Escrito en Marzo 30, 2009


De pequeña tenía adoración por lo perros y los caballos, tanto así que mi padre me inscribió en cursos de equitación y para mi sorpresa me regaló una yegua alazana que se llamaba "Brasa". Además de ella, teníamos tres más, un potro de rodeo hermoso llamado "Moro", otro de polo que tenía por nombre "Bayo" y una yegua de paseo que por su color ruano tan especial fue bautizada como "Frutilla" (Fresa). Esta última estaba preñada pero tuvo la mala suerte de envenenarse con unos malos pastos, pudieron salvar al potrillo, pero ella murió.
Todos se preguntaban, qué harían con el potrillo recién nacido. Dije sin titubear que yo me encargaría; tenía 10 años entonces y me llevé el potrillo a casa, lo amarré al guindo y fui a prepararle un biberón de leche.
Al comienzo, el pobre estaba tan nervioso que no me dejaba acercar para alimentarlo y decidí sentarme como a un metro y quedarme ahí callada mirándolo. Cada cierto rato avanzaba un poco y volvía a quedarme quieta, hasta que después de una hora estaba sentada junto a él y le acariciaba sus patitas. Al acercarle el biberón se asustaba, por lo que me eché un poco de leche en la mano y se la acerqué al hocico. Recién ahí comprendió que quería alimentarlo y se bebió ansioso todo su biberón.
Del biberón pasó a la botella de cerveza con chupete y luego a los baldes de leche, iba creciendo hermoso y ya no necesitaba estar atado porque estaba conmigo y mis hermanos casi todo el día como un perro faldero. Lo sacaba de casa a un cerro que quedaba en frente y ahí lo dejaba correr libre para que desahogara todas sus energías. Era una maravilla verlo moverse en esas praderas, levantar patas y corcovear para luego con un silbido y su nombre gritado al viento llegara corriendo a mi lado para volver tranquilo a casa. No hubo necesidad de domarlo, le fui enseñando a resistir peso muy de a poco y más adelante, el uso de las riendas.
La experiencia con mi "Cacique" fue hermosa, desgraciadamente al tiempo tuvimos que deshacernos de todos los caballos y mi amigo tuvo que marcharse de mi lado muy a mi pesar, recuerdo que lloraba a mares a mi madre para que me lo dejara, le decía que trabajaría para conseguirle su comida, pero claro, sólo tenía unos doce años para entonces y nadie me hizo caso. Quiero pensar que lo quisieron, que lo trataron bien. Quiero recordarlo corriendo hermoso por esas praderas. Quiero pensar que me recordaba.